domingo, 14 de agosto de 2011

Alegoría ciega















Encontré a la vida mirando las luces que enciende la noche cuando las estrellas no alcanzan. La encontré silenciosa esperando el momento en que el cielo se aclare, las cadenas se rompan, y el misterio deje de torturarla. La encontré humillada, furiosa, tranquila y desesperada. La encontré hermosa. Era el conjunto de errores que esclavizan los pensamientos, haciendo que el tiempo se vuelva un deseo. El deseo de permanencia y nada más, de creer que el futuro no tiene reflejo y se vuelve invisible tan solo cerrando los ojos.
Me escuchaba indiferente cuando le hablaba, pero el sonido de mis intentos frustrados llamaba de nuevo su atención. Más tarde entendí que su amor no se busca, que buscarlo es el germen de la violencia con el que se manchan los hombres de rojo. El mismo caos que sienten las gotas de lluvia en el aire, queriendo ser agua, cayendo a la muerte.
Encontré a la vida jugando a que la suerte no existe, ni siquiera en los espacios más insólitos de la imaginación. Como sufriendo la más real de las locuras, bailaba desnuda ante miles de rostros, siguiendo sólo a la música, tratando de entender la palabra libertad. Y con el barro espeso de los ideales, el polvo opaco de la nostalgia, la sangre seca de la soledad y los vidrios rotos de los sueños, se ensuciaba.

No hay comentarios:

Publicar un comentario